El nacimiento de cualquier criatura entre los mexicas venía acompañado de importantes ceremonias, perfectamente reglamentadas. Desde meses antes del parto, tenía especial importancia la figura de unas mujeres, las parteras, a quienes la familia encomendaba que todo el embarazo y el nacimiento llegaran a buen fin. En general, la noticia de un embarazo era saludada con alegría y celebraciones. La partera parece que asumía ciertas funciones de carácter sacerdotal, e incluso señalaba determinadas exigencias a la embarazada durante los meses previos al parto. Cuando el niño nacía, era esta mujer la que realizaba las diferentes ceremonias, que los cronistas españoles solían confundir con el bautismo cristiano.
Cuando nacía una niña, los ritos eran algo diferentes a los que acompañaban el nacimiento de un varón. Tras el baño y la primera limpieza, si era un niño se le entregaban atributos considerado varoniles, como eran espada pequeña y rodela, mientras que a las niñas, si hemos de fiarnos de los cronistas, les enseñaban utensilios de hilar y tejer. A la vez, la partera se dirigía a los dioses pidiéndoles por el futuro de la recién nacida, igual que se hacía con los niños. Francisco Hernández nos ha dejado interesante testimonio de estas ceremonias y oraciones a los dioses por la recién nacida.
Diosa Tlazoltéotl (la de la basura) pariendo. Cultura Azteca (México)
'No de otra manera acostumbraban bañar a las niñas recién nacidas, aun cuando además de las enumeradas, la partera usaba también otras oraciones. Tomando, pues, agua en la mano, se la instilaba en los labios y decía: 'Hija, abre la boca para que puedas recibir a la diosa Chalchiutlycue, esto es, adornada con esmeraldas, bajo cuya guardia se concede gozar de esta luz'. Bañando el pecho con la misma mano murmuraba deprisa: 'Recibe el agua que refrigera, limpia y fortalece'. Llevaba la misma mano a la cabeza y agregaba: 'Recibe a Chalchiutlycue, diosa helada de las aguas, y perpetuamente móvil como a quien nunca pudo vencer el sueño. Que se deslice hasta sus entrañas y se adhiera a ti, para que perseveres vigilante y no te invada el mal sopor'. Lavándole las manos añadía: 'Hurto, apártate de la niña'. Después poniendo debajo [del agua] las ingles, en voz baja: '¿Adónde te escondes, adversa fortuna? Aléjate de la niña expulsada por las fuerzas del [agua] frígida'. Terminadas estas cosas, llevaba a la infante al interior de la casa y la ponía en la cuna diciendo las siguientes preces: 'Oalticitl, madre de todos, el dios del nono cielo creó esta niña y la echó a este mundo calamitoso, te pido (puesto que a ninguna otra de las diosas le concierne el deber de custodiar y sostener a los niños recién nacidos) que la admitas en aquel tu seno. A ti también, dios de la noche, Yohoalteuhtli, al cual es dado conceder el sueño, te ruego que estés presente y que hagas que duerma plácida y tranquila'. Después hablaba en alta voz a la cuna diciendo: 'Madre de los infantes y guardián de los niños, recibe a esta recién nacida en tu seno y protégela'. Era costumbre de todas las paridas, cuando se ponía por primera vez a los recién nacidos en la cuna, saludarla y llamarla madre universal de todos los mortales, y rogarle que recibiera benignamente al niño y celebrar el día con gran alegría e hilaridad.'
Tras el nacimiento se realizaban augurios acerca del futuro de la recién nacida. Se buscaba el signo bajo el cuál había nacido, y que le predestinaba a un tipo de vida, incluyendo un oficio específico. Las mujeres que nacían en signos bajo malos augurios, quedaban predestinadas a una vida de vicio y adulterio, o sería pusilánime, no podría casarse, etc. En cambio, los augurios para las que nacían bajo signos positivos hablaban de una vida alegre y próspera.
También se dejaba sentir la diferencia si el recién nacido era niño o niña, en que el ombligo de los niños se entregaba a soldados, y el de las niñas se enterraba junto al fuego, 'y decían que por esto sería aficionada a estar en casa y hacer las cosas que eran menester para comer', tal y como narra Bernardino de Sahagún. Según la arenga con que la partera acompañaba la ceremonia de cortar el ombligo, la niña debería permanecer en casa, dedicándose a moler el maíz en el metate, traer agua y tejer.
Al nacimiento seguían, además de las ceremonias religiosas, y pláticas diversas en que se celebraba el éxito del parto y se aleccionaba al recién nacido y a sus padres, una serie de celebraciones que incluían un banquete al que acudían personas del pueblo. Los hombres bebían cacao, que a las mujeres les estaba prohibido, y solo se emborrachaban con pulque los viejos y las viejas.